En el ejercicio de la abogacía la juventud dista mucho de ser un divino tesoro, o siéndolo, es más pacífico en la medida en que permanece oculto hasta adquirir solera, y valor de antigüedad; y nadie dice donde está el mapa para encontrar tal botín, porque en realidad cuando uno tiene la conciencia de encontrarlo, el tesoro desaparece, cambia de dueño, o va perdiendo estima… Definitivamente, proliferan en las profesiones liberales las asociaciones de jóvenes, y esto, que podría ser un síntoma de inquietud y animosidad, viene a responder más a necesidades defensivas y reivindicativas, a búsqueda de protección y solidaridad. La juventud en profesiones marcadas y cinceladas a base de recorrido, se convierte en un motivo de expectativa sospechosa, con un período de rodaje que queda a criterio de terceros interesados, y que puede llegar a toparse con su propia caducidad antes de haber ejercido o probado siquiera su presunta vocación.
Se han vertido chorros de tinta sobre las traídas y llevadas leyes de acceso a la profesión, que han cristalizado en un resultado final, que, aunque más tarde, viene a responder y reflejar las intenciones primeras, de los “druidas” que con mejor o peor intención querían poner “vallas al campo”, lo que, dicho sea de paso, es difícil de compatibilizar sin dañar la esencia liberal que en puridad califica nuestra profesión. Pero es innegable la necesidad de regular, tal vez no tanto el acceso, como del equipaje con el que el profesional podía montarse en el “tren del ejercicio”. Este debería haber sido el desvelo de los “sanedrines ilustrados”: dotarnos de una preparación o de unos medios adecuados para afrontar una profesión liberal en condiciones competitivas, esto es, el filtro como preparación y no como selección. Si bien es cierto que un título universitario y comprar o tomar prestada una toga y jurar o prometer no deberían ser requisito legitimatorio exclusivo para poder ejercer libremente, no es menos veraz que la preocupación habría que ponerla en el seguimiento y apoyo al joven profesional en forma de orientación, financiación y formación.
De otro modo se produce una salida a campo abierto por parte del joven aspirante que es abducido por la masa, exprimido por la firma que limita su crecimiento o embauca su capacidad adaptándola a sus objetivos; o es víctima propiciatoria de un aprendizaje viciado a costa del cliente y a base de los retorcidos ejemplos de compañeros avezados. Las escuelas de prácticas jurídicas siguen a medio camino entre una buena intención y un pseudoempirismo poco eficaz y lucrativo para unos pocos, con calidad diversa y reconocimiento limitado. Y en este río revuelto cabe asustarse y dejarse atraer por el tipo de ejercicio por cuenta ajena que propone la firma jurídica de renombre, que con boato y “glamour” mediático oscurece la visión del joven leguleyo, que pasa a trabajar para una empresa, creyendo ser un abogado en ejercicio, es decir, ejerce aquello que le dicen y como le dicen, sin llegar a conocer qué es verdaderamente ejercer…
Pero aún así existen osados aventureros que, comprometidos con la liberalidad de la profesión y teniéndose mucha fe o profesando la verdadera fe, se lanzan armados de valor y de valores a formarse, a ser y hacer como abogados… lejos de las fauces de trabajar para otros, sin ser ellos, huyendo de las garras de esa falsa comodidad de la “cuenta ajena”, rompiendo la inercia natural de nuestra propia mentalidad educativa con un sistema tendente a generar y formar ingentes cantidades de funcionarios y empleados. Para ellos mi homenaje y reconocimiento y también una alerta de protección, porque estos son las verdaderas y potenciales víctimas de la realidad del sector. Primero porque se debe aprender en marcha, porque corren el riesgo de que, queriendo vivir de la profesión, acaben aprendiendo a sobrevivir en ellas; segundo porque nadie les dice, ni les enseña que también son “empresarios”; y tercero porque si son rápidos aprendiendo, si les da por crecer, por conseguir objetivos, por abrirse hueco, por innovar, por “remover el árbol”, por saltarse escalones… los veteranos tendrán la tentación de gastarle “novatadas”, serán definitivamente molestos y centro de las críticas y el descrédito interesado del colectivo, que tiene arraigada la mentalidad de que el éxito no puede llegar antes de los 40 ó 45 años… salvo que trabajes para otro… Porque resulta curiosa la sensibilidad por buscar jóvenes talentos para incorporarlos a las plantillas, pero qué pocas medidas conozco (podría decir ninguna pero dejo margen a mis lagunas) para proteger el talento que quiere hacerse valer por sí mismo en la profesión de abogado. La foto con el joven abogado está bien vista, y viste mucho, pero ciertamente, ese joven abogado no vuelve a aparecer en la foto hasta que deja de serlo…
Abrirse paso en una profesión liberal es un gran reto, jalonado de dificultades, diatribas, méritos, encrucijadas, diferencias, encuentros… perseverar en el camino no está al alcance de todos, pero cabe insistir en la necesidad de ayudar con el equipaje a quien se plantea tal objetivo… La juventud no es siempre sinónimo de inexperiencia, puede haber trayectorias intensas, o incluso venir libre de vicios y con capacidad ilimitada para aprender; la juventud no implica en absoluto falta de preparación… Ser joven y abogado debe ser un valor, no un inconveniente, o cuando menos, debe ser objeto de apoyo, de orientación y de guía para no desaparecer o desfallecer en el trayecto. Los filtros en la profesión deben ir encaminados a posibilitar el triunfo del talento en todas sus expresiones, a seleccionar y discriminar positivamente a los más capaces para el libre ejercicio y para el ejercicio libre.
Para que el joven abogado dignifique la profesión y no la colapse, primero la profesión debe cuidar la dignidad del joven abogado, y esa es tarea de los “dignos” veteranos. Desde aquí mi reconocimiento a aquellos que entendieron la pasantía como mecenazgo equitativo, a aquellos que ayudan y apoyan al que empiezan sin temor a generar competencia y desde el ánimo de estar contribuyendo a enriquecer el ejercicio; y desde aquí mi llamada a que la juventud en la abogacía tenga el tratamiento adecuado y sea revestida del respeto imprescindible por todos los estamentos del sistema, para que el joven no opte por “sobrevivir” en la vida profesional; sino por llenar de vida la profesión. El talento no tiene edad, ni debe encontrarse con límites, porque el verdadero talento, no teme el talento del compañero…
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